Qué decir de la noche de San
Juan que no se haya dicho ya. Habría que hablar sobre sus orígenes, que varían
dependiendo de quién te cuente la historia. Tocaría explicar el papel que
juegan el agua y el fuego en la que, para nosotras, es la noche mágica por
excelencia. Tendríamos que contar todas esas cosas que ya sabemos y de las que,
a lo mejor, ya estamos un poco aburridos.
Esta vez nos gustaría contar
la historia de una pequeña aldea, el modo que tienen de celebrar esta fiesta;
nos gustaría hablar de tradición y sencillez, algo característico de esta
tierra gallega.
Vamos a dirigirnos al
ayuntamiento de Cambre, en la provincia de A Coruña; desde allí, tomamos camino
hacia la parroquia de Sta. Mª de Vigo, un pequeño lugar con 306 habitantes, que
tiene por costumbre pasar desapercibido en los mapas.
El 23 de Junio, por la tarde,
los jóvenes del lugar se encargan de preparar la gran hoguera que arderá en el
“Souto” (lugar de reunión popular) a partir de las 12 de la noche. Llegado el
atardecer, se vuelven a juntar para
cenar; un poco de churrasco, algunas sardinas, pan y varios litros de “alpiste”
(modo en que los lugareños hacen referencia
a las bebidas espirituosas). A las 12 se prende la hoguera, se bebe la
tradicional queimada y se salta el fuego purificador. Pasadas unas horas, a eso
de las 2 de la madrugada, comienza la verdadera fiesta. Se dividen en pequeños
grupos de 5 ó 6 chavales y se reparten las casas del pueblo (vosotros las casas
de Fulano y Mengano, ellos a la de Zutano,…). Al llegar a la casa
correspondiente, entran en ella con gran sigilo y “toman prestado” el carro,
algún apero de labranza, lo que mejor tuvieran a mano. Alrededor de la 3:30
horas, se empiezan a ver grupos de muchachos tirando de carros, a toda velocidad,
hacia el “Souto”, donde están esperando los restos de la hoguera. Un descanso,
un trago para recuperar fuerzas y vuelta a empezar. Se trata de reunir el mayor
número de carros posible y, el lugar de reunión de los vecinos amanece lleno de
estos indispensables utensilios para los
labradores.
En la mañana de 24 de Junio,
los vecinos comienzan su particular peregrinación para recuperar lo que, hasta
la noche anterior, estaba a buen resguardo en su casa. Por los caminos se oyen
risas y comentarios del estilo:
-
Á túa
casa a qué hora chegaron?
-
Condenados
rapaces!
-
A ver
onde me deixaron o carro
-
………..
Estas,
y otras muchas historias, son las que contaba nuestro padre. Pequeñas aventuras que consiguieron hacer de su
infancia y juventud algo divertido, especial, algo imposible de olvidar.
De
niña, nos pasábamos la noche despiertas esperando ver pasar un carro “volando”,
envidiando a los chavales por poder pasar la noche igual que la pasaron hace
tiempo sus padres.
Al llegar la adolescencia nos dijimos: “¡nosotras tenemos que estar ahí!”. Y así fue como en la noche del 23 al 24 de
Junio de 1992, dos jovencitas, (mi mejor amiga y yo), por primera vez para una
mujer, hicieron “volar los carros” en la Noche de San Juan.